I. Introducción
La aparición de Organismos Genéticamente Modificados (OGM), más comúnmente conocidos como transgénicos, se remonta a hace pocos años, en términos históricos. Así, los primeros transgénicos como tales, esto es, organismos creados en laboratorios a partir de células de un organismo a las que se incorporan genes de otros organismos (por ejemplo, células de maíz con genes de una bacteria) para producir una característica deseada (generalmente hacer que la planta, de maíz en este caso, sea resistente a determinados agroquímicos o plagas), en un proceso que nunca se habría podido dar de forma natural, empezaron a producirse a principios de los años 80 y desde entonces, lenta pero inexorablemente, los cultivos y alimentos transgénicos se van extendiendo a lo largo y ancho de nuestro planeta globalizado, invadiendo silenciosamente nuestros campos y nuestros platos (1).
Los transgénicos presentan un conjunto de implicaciones políticas, económicas, sociales, ecológicas y biológicas que en el marco de este artículo sólo podemos mencionar brevemente(2). En el ámbito político, el proceso de imposición de los transgénicos nos demuestra que son las empresas y sus intereses lo que prima por encima de la salud pública y la voluntad ciudadana. El poder económico se alía con las élites políticas y de esta forma la aprobación de los OGM se lleva a cabo a espaldas de la ciudadanía, mediante unos procesos repletos de irregularidades, corrupciones y opacidad informativa(3). En el ámbito económico, podemos constatar como los transgénicos acentúan todavía más las desigualdades, puesto que la transgénesis se inscribe en una lógica industrial de la agricultura que fomenta la concentración de la producción y por lo tanto la desaparición de muchas unidades agrícolas que no pueden hacer frente a los costes asociados a este modelo, que doblega a los agricultores haciéndolos dependientes de las semillas y los agroquímicos que les venden las grandes multinacionales(4).
Los transgénicos comportan también el empeoramiento del deterioro y del desarraigo social, ya que contribuyen a que miles de personas sean expulsadas del campo y pasen a engrosar cada vez más los suburbios de las grandes ciudades, malviviendo en la miseria(5). Finalmente, los OGM juegan un papel crucial en la severa crisis ecológica y biológica que padece la humanidad, puesto que acentúan de forma alarmante la pérdida de biodiversidad y los agroquímicos asociados a ellos contaminan las aguas, los suelos y a las personas(6). Los estudios destinados a probar su inocuidad son realizados por las mismas corporaciones que tienen intereses en venderlos y en muchos casos estudios independientes han demostrado que la manipulación genética tiene efectos adversos e imprevisibles sobre la salud y el medio ambiente(7).
A pesar de todo, la introducción y proliferación de la agricultura transgénica no tiene nada de extraño si tenemos en cuenta la naturaleza del sistema actual y sus dinámicas. Y es que desde hace aproximadamente 200 años, vivimos en un sistema de economía de mercado capitalista, cuyas dinámicas básicas son, por un lado, el crecimiento económico constante a través de la mercantilización continua, esto es, la necesidad de ir expandiendo el sistema de mercado a cada vez más ámbitos de la vida personal y colectiva, y por el otro, la concentración de poder económico y político en pocas manos, que posibilita que una minoría privilegiada acumule los medios de producción y el capital y que cada vez menos personas puedan decidir sobre las cuestiones económicas y políticas fundamentales de nuestra sociedad.
Si nos fijamos en la evolución de la agricultura y la alimentación en los últimos dos siglos, veremos cómo estas dinámicas de crecimiento, mercantilización y concentración de poder se manifiestan de forma cada vez más pronunciada.
II. El proceso de mercantilización en la agricultura y la alimentación
El proceso de mercantilización, que comenzó hace aproximadamente 200 años con el establecimiento del sistema de economía de mercado capitalista, es un proceso mediante el cual se pasa progresivamente de mercados integrados en la sociedad y controlados por ella a un sistema en el cual el mercado está separado de la sociedad y fuera de su control (8). A lo largo de este proceso podemos observar cómo las dinámicas del sistema de mercado determinan cada vez más el desarrollo social, y cómo numerosos bienes y servicios que anteriormente habían escapado a la lógica mercantil son regulados por el mecanismo de precios. De forma que podemos decir que en vez de que el mercado sea una institución de la sociedad, la sociedad se ha convertido en un apéndice del mercado. LEER +
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