En un artículo aparecido en el diario Público el 10 de noviembre pasado, Emilio Muñoz, ex-presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), afirmaba que la biotecnología agrícola ofrece la posibilidad de afrontar el desafío de la escasez de alimentos, y que el debate sobre los cultivos transgénicos “en el plano científico…está zanjado”.
No puedo estar más en desacuerdo con él, porque es en el plano científico donde el debate no sólo no se cierra, sino que cada día que pasa aparece alguno nuevo. Porque en el campo político las estructuras de los partidos dominantes nunca han querido ni llegar a abrirlo, no sólo aquí sino incluso en otros países de Europa con mayor nivel democrático que el nuestro. Así, la Iniciativa Legislativa Popular que presentamos en el Parlament de Catalunya en el verano de 2009 fue recibida con un portazo en los morros por parte de los partidos principales (PSC, CiU y PP), que en este tema mantienen un comportamiento sustancialmente equivalente.
Pero en el campo científico los temas de debate sobre los transgénicos en la agricultura. Porque como estas variedades se han ido aprobando sin los mínimos estudios que garanticen su comportamiento
[1], no es de extrañar que, una vez puestos a analizarlas seriamente, se haya ido encontrando abundante material para el debate.
Tanto es así, que la agencia europea de seguridad alimentaria (EFSA), organismo que emite los informes “científicos” sobre cultivos transgénicos que suele utilizar la Comisión Europea para justificar sus decisiones, ha publicado en el mes de noviembre una nueva guía para la evaluación de los riesgos de este tipo de cultivos. Es decir, 10 años después de haberse aprobado el uso de las primeras variedades, todavía no tenemos claro no ya si tienen algún efecto, sino qué tenemos que hacer para saber si tienen algún efecto.
Y es que la situación a nivel científico está tan atrasada en este tema que en el 2008 un artículo científico reconocía que “a pesar de la importancia de [la mariquita]
Stethorus punctillum como agente de control biológico [de plagas de cultivos], los posibles efectos del maíz transgénico sobre este insecto nunca hasta ahora habían sido investigados”
[2]. Es decir, en España llevábamos 10 años cultivando algunas de estas variedades y NADIE se había molestado en estudiar sus posibles efectos sobre un insecto tan importante. Y no sólo eso, sino que las instituciones habían dado el visto bueno a estas variedades sin tener esa información.
Aunque estas variedades transgénicas productoras de insecticidas controlen a algunos insectos, van apareciendo nuevas plagas en estos cultivos, ocupando el nicho dejado por aquéllos
[3]. Además, los primeros casos de insectos resistentes a la toxina Bt producida por estos transgénicos ya se han descrito
[4]. Con lo cual se plantea la cuestión de cómo controlamos a partir de ahora estos insectos resistentes y las nuevas plagas. En definitiva, la pregunta es si no hemos desvestido un santo para vestir otro.
Las toxinas Bt originadas en los campos de maíz transgénico se han empezado a detectar también en cursos de agua
[5], habiéndose demostrado ya que pueden perjudicar a diferentes insectos acuáticos
[6]. Y el año pasado hubo un intenso y acalorado debate sobre los efectos del maíz Bt en los insectos beneficiosos porque los científicos no se ponen de acuerdo en qué tipo de estudios hay que hacer ni en cómo interpretar los resultados
[7]. Estas toxinas Bt se van acumulando en las cadenas tróficas, y sólo desde el año 2007 sabemos también que no sólo les afectan negativamente
[8] sino que además se acumulan en los caracoles terrestres que a menudo comemos
[9]. No hay ninguna noticia de que se haya seguido estudiando este tema aunque parece bastante importante. A veces los debates científicos también parecen “cerrarse” en falso, sin acabar de llevarlos hasta el final.
En 1997 algunos científicos decían que era prácticamente imposible que llegaran a aparecer malas hierbas resistentes al herbicida glifosato
[10]. Hoy, sólo en el estado de Georgia en Estados Unidos, se habla de 40.000 hectáreas gravemente invadidas por plantas resistentes al glifosato y de 4.000 ha abandonadas en algún condado por la misma razón, como resultado del uso masivo de este herbicida en la soja transgénica
[11].
Y es que todavía hay muchas cosas por analizar, como, por ejemplo, ¿cuál fue la razón para que 40.000 ha de maíz transgénico no dieran ninguna cosecha en Sudáfrica en el 2009
[12]?, y ¿por qué la cosecha de algodón transgénico resistente a glifosato fue un desastre en Texas (EEUU), hasta el punto que los agricultores denunciaron a Monsanto?
[13].
La Agencia Europea de Seguridad Alimentaria decía en 2007 que no se había detectado DNA transgénico en animales alimentados con cultivos transgénicos, ignorando diversos estudios que sí lo habían encontrado
[14]. Un estudio reciente vuelve a demostrar que ese DNA aparece en cabras y en los cabritos alimentados con la leche de éstas, y que, además, no es inocente, sino que afecta a la síntesis de enzimas en los cabritos
[15].
El profesor J.L. Domingo, de la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona, revisó en el año 2000 y en año 2007 la literatura científica sobre la toxicología de las variedades transgénicas, y en ambos casos llegó a la misma conclusión: que no existen los estudios mínimos exigibles que garanticen la seguridad de estas variedades
[16]. Por tanto, la aprobación de estas variedades no se ha hecho con el mínimo rigor exigible, aunque esto se quiera esconder detrás de informes inmensos (pero llenos de vacíos). Porque estas variedades transgénicas producen sustancias nuevas, como la toxina Bt, y por tanto, deberían evaluarse, por lo menos, con las exigencias de un aditivo alimentario. Y porque no existe ningún estudio epidemiológico, no se puede afirmar que los transgénicos no han tenido ningún efecto sobre la salud humana. Lo que sí sabemos es que los transgenes pueden pasar a las bacterias del intestino
[17], con el riesgo para la salud pública que eso supone. Y este campo sigue abierto.
La profesora Malatesta, que ha investigado los efectos de la soja transgénica, descubriendo, por ejemplo, que produce síntomas de envejecimiento acelerado del hígado en ratones de laboratorio, reconocía que “no existe consenso [científico] sobre el diseño de los experimentos [que deben realizarse] ni sobre los criterios que deben utilizarse para evaluar la presencia de posibles signos patológicos”
[18]. Y sólo hace falta ver cómo los dos comités científicos noruegos que evalúan los transgénicos suelen dar sistemáticamente opiniones opuestas
[19]. O cómo los comités franceses encargados de evaluar las variedades transgénicas también llegaron a conclusiones contradictorias en 5 de los 6 casos que analizaron en 2003
[20].
O cómo este año pasado ha habido otro interesante debate sobre la interpretación de los resultados de ensayos de toxicidad de maíz transgénico
[21]. Aunque se ha demostrado que este maíz produce reacciones alergénicas en ratones de laboratorio
[22], la Agencia Europea tampoco quiere entrar en el debate, y se limita a ignorar este estudio.
En fin, tampoco es éste el único campo en el que se nos quiere hacer creer que la tecnología es la solución a todos nuestros males. Aunque así se ha querido presentar, no fue la tecnología la que en el mes de octubre sacó de su agujero a los mineros chilenos atrapados. Fue el interés de alguien, plasmado en unos cuantos miles de dólares invertidos en contratar la maquinaria necesaria, el que permitió que eso fuera realidad. Pero tampoco hubiera sido necesario llegar a esa situación si a los mineros se les hubiera permitido salir del pozo cuando ellos mismos avisaron de lo que se avecinaba. Poner el dinero por encima de las personas es lo que llevó a la situación. La tecnología fue el parche al problema creado.
Y de la misma manera, el hambre es el resultado de poner los intereses financieros por encima de las necesidades básicas de la gente. John Steinbeck lo expresaba en 1939 diciendo que “hombres que han creado nuevos frutos en el mundo no pueden crear un sistema para que sus frutos se coman”. Setenta años y una denominada Revolución Verde después, la CNN informaba estos días que 45 millones de personas en EEUU (el 15% de las familias) sufren inseguridad alimentaria, el nivel más alto desde hace 15 años
[23], fecha en la que, curiosamente, se aprobaron los primeros cultivos transgénicos.
Joserra Olarieta
[1] La pésima calidad de los informes en los que se han basado las autoridades europeas para aprobar las variedades transgénicas ha sido mostrada en:Anon. 2007. Review of Scientific Evidence Including Latest Findings Concerning Austrian Safeguard Measures for GM-Maize Lines MON810 and T25. Band 1/2007. Bunderministerium für Gesundheit, Familie und Jugend, Sektion IV, Viena.
Eckerstorfer, M., A. Heissenberger, H. Gaugitsch. 2007. Supplementary Risk Assessment for GM Maize MON810 with Regard to the Conclusions of the WTO-Panel in the Case “EC Biotech” on Austrian Safeguard Measures for GM Maize. Band 4/2007. Bunderministerium für Gesundheit, Familie und Jugend, Sektion IV, Viena.
[2] Alvarez-Alfageme, F. et al. 2008. Prey mediated effects of Bt maize on fitness and digestive physiology of the red spider mite predator
Stethorus punctillum Weise (Coleoptera: Coccinellidae).
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[12] http://www.farmersweekly.co.za/index.php?p[IGcms_nodes][IGcms_nodesUID]=89ec45fe62025ba5dcae0845338e53d0
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[23] http://caffertyfile.blogs.cnn.com/2010/11/17/u-s-hunger-at-highest-level-in-15-years/
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