Barcelona VSF.- El negocio de las semillas transgénicas en el mundo está controlado en su totalidad por sólo seis empresas: Monsanto, Syngenta, DuPont, Dow, Bayer y Basf (Ribeiro, 2010), que son también transnacionales químicas que ofrecen todo el paquete tecnológico: semillas, herbicidas, insecticidas, etcétera y que controlan gran parte del mercado agrícola. Las políticas y los programas que se promueven desde los Estados para el impulso de los transgénicos están violando los derechos de los pueblos: a la libre determinación, a la participación, a la cultura, a la alimentación, a la autonomía, a la salud, a un medio ambiente sano y también los derechos de la naturaleza.
“Si cuido mi semilla, si defiendo la semilla, aseguro mi soberanía alimentaria, si nos la quitan perdemos no sólo la semilla sino el conocimiento que es lo que nos garantiza la soberanía alimentaria" - Testimonio de campesino de Santa Cruz de Lorica
Condena a los transgénicos. La modificación genética de plantas para producir semillas transgénicas ha sido condenada ampliamente por los pueblos alrededor del mundo e incluso por instituciones científicas y académicas y por muchos gobiernos por considerarla una aplicación inmoral de la biotecnología.
En la actualidad millones de personas alrededor del mundo dependen de las semillas criollas las cuales se conservan en cada cosecha para iniciar un nuevo ciclo productivo. La semilla no es sólo fundamental para la producción de alimentos sino que también ha sido el sustento de la vida, las culturas y la salud de los pueblos. Mario Mejía (2010) dice enfáticamente: “la tenencia de las semillas representa autonomía, libertad, poder popular, independencia y autosuficiencia. La pérdida de las semillas criollas conllevaría la desaparición de las culturas agrícolas”. De ahí que con el tiempo hayan tomado fuerza las campañas y las denuncias que buscan detener los transgénicos por considerarlo una amenaza contra los territorios, fortaleciendo estrategias de defensa de las semillas nativas y promoviendo los intercambios, los trueques y las formas tradicionales de vida, todo ello acompañado con la movilización social.
Cultivada en 2010 en 267 hectáreas repartidas por Suecia, Alemania y República Checa, los resultados de esta cosecha no han sido precisamente positivos. Su cultivo en Suecia se ha visto envuelto en un escándalo de contaminación por una patata transgénica no autorizada, y por lo tanto ilegal, conocida como Amadea.
Debido a esta contaminación, 16 de las 102 hectáreas cultivadas en Suecia tuvieron que ser destruidas. No han tenido mejor suerte las 15 hectáreas cultivadas en Alemania, que fueron retenidas por orden de las autoridades regionales, hasta poder garantizar que estaban libres de contaminación por la patata transgénica ilegal. Hasta la fecha, están retenidas en un almacén del Gobierno Federal a la espera de nueva orden.
La patata Amflora ha conseguido el rechazo frontal de varios Gobiernos Europeos. Austria, Luxemburgo y Hungría han prohibido su cultivo en su territorio y junto a los Gobiernos de Francia y Polonia han llevado frente al Tribunal Europeo de Justicia la aprobación de esta patata transgénica.
Las políticas y los programas que se promueven desde los Estados para el impulso de los transgénicos están violando los derechos de los pueblos: a la libre determinación, a la participación, a la cultura, a la alimentación, a la autonomía, a la salud, a un medio ambiente sano y también los derechos de la naturaleza. En Brasil, Syngenta plantó ilegalmente cultivos de maíz transgénico en áreas naturales protegidas poniendo en riesgo de contaminación transgénica la reserva natural, mientras en México es conocido que el ADN de maíz transgénico ya contaminó las variedades nativas de maíz cultivadas por campesinos indígenas.
La resistencia de los pueblos continúa multiplicándose y creciendo, de la misma manera como las semillas se han múltiplicado, reproducido y recreado durante miles de años.
En muchos casos, la promoción de los cultivos transgénicos está asociada a procesos de militarización y ocasiona el desplazamiento de miles de familias campesinas. “Frente a la ocupación de protesta que realizó el Movimiento de los Sin Tierra, contrató una milicia armada que disparó a mansalva, asesinando a Keno, del MST” (Ribeiro, 2010).
No obstante, la fuerte oposición de las organizaciones sociales, se siguen imponiendo sistemas de registro de variedades, de patentes, de derechos de obtentor, de certificación obligatoria, etc. En México se suspende la moratoria a los transgénicos, en Colombia un paquete de medidas ilegaliza las semillas criollas o de “costal” y los cultivos de transgénicos se continúan expandiendo por el país, en general en el continente se promueven de forma agresiva las semillas “mejoradas” y las transgénicas. El poder de las transnacionales de las semillas es tan fuerte que impone sus intereses a los gobiernos e incluso a Naciones Unidas.
Los transgénicos hacen parte de la nueva Revolución Verde, asociada con otros asuntos como la concentración, acaparamiento y extranjerización de la tierra y el impulso del agronegocio a través de los monocultivos, conllevado a una descampesinización del campo, al presionar la migración de la juventud y los hombres, de manera que las mujeres adquieren aún mayor responsabilidad de la reproducción y sostenimiento de la producción y los sistemas alimentarios.
Aunque gobiernos y transnacionales continuarán presionando por promover leyes y proyectos para el impulso de los transgénicos, incluida la semilla suicida Terminator. La resistencia de los pueblos continúa multiplicándose y creciendo, de la misma manera como las semillas se han múltiplicado, reproducido y recreado durante miles de años. Porque como bien dice La Vía Campesina “sin semillas no hay agricultura, sin agricultura no hay alimentación, sin alimentación no hay pueblos”.
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